La puerta que gira fué inventada en Berlín, en 1881, para evitar el frío, el viento, la nieve, el polvo y el ruido.
Más de dos siglos después, sirve también para circular, gira que te gira, entre los negocios, la política y las guerras.
Algunos casos más o menos recientes, en los Estados Unidos:
Robert McNamara encabezó la empresa Ford, donde hizo lo que pudo contra la Naturaleza y contra los peatones distraidos, hasta que un giro de puerta lo lanzó a dirigir la matanza de Vietnam, durante unos cuantos años, y culminó su carrera exterminando países desde el Banco Mundial;
Donald Rumsfeld fué jefe de gabinete del gobierno de los EEUU, desde allí la puerta giratoria lo arrojó a una fábrica de Monsanto, la serial killer multinacional, donde legalizó venenos que habían sido prohibidos, hasta que la puerta giró nuevamente y apareció conduciendo la guerra de conquista del petróleo de Irak;
Dick Cheney encabezó el Pentágono en el gobierno de Bush Padre y regaló jugosos contratos militares a su empresa Halliburton, y de ahí pasó al gobierno de Bush Hijo, donde se ocupó de la demolición y la reconstrucción de Irak en beneficio de Halliburton, siempre en el centro de su generoso corazón.
Y el vaivén de la puerta no paró.
A mediados del año 2009, el presidente Obama colocó a Michael Taylor a la cabeza del organismo público que controla los alientos y los medicamentos que se venden en el país. Taylor ya había trabajado allí. Había sido él quien dió el visto bueno a las hormonas transgénicas para vacas lecheras, que pueden producir cáncer, y había autorizado que esa leche se vendiera sin ninguna advertencia en el envase. Monsanto expresó su gratitud otorgando a Taylor el cargo de vicepresidente de la empresa.
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