documentales de Isabel Otaduy Sömme y Patrizia Monzani
domingo, 28 de agosto de 2011
"Hacia una teoría de la enfermedad única" por Rebeca Cohen
"El modo recortado con que las profesiones clásicas encaran las enfermedades conocidas,
no es otra cosa que una manera de ejercer violencia sobre una persona que está padeciendo y necesita ayuda.
Así estas se hacen cómplices de la violencia del sistema.
Cada médico, cada psicólogo,
cada agente de salud,
tiene no solo la responsabilidad
sino la obligación…
de entender, de decodificar
cual es el mensaje
que la persona que lo está consultando,
expresa con el síntoma que presenta."
Rebeca Cohen
Hacia una Teoría de la Enfermedad Única
Psicología y Enfermedad
La imperiosa necesidad de comprender el proceso del enfermar ha llevado al hombre a crear la más diversa gama de metáforas sobre lo que significa el padecer.
En este trabajo trataré de revelar las creencias más difundidas de lo que es la enfermedad, destacando tres enfermedades cuyas metáforas son particularmente interesantes y que han tenido como consecuencia una gran incidencia en el desarrollo de procesos sociales alrededor de estos padecimientos.
Generalmente se busca entender a la enfermedad como un malestar físico, dejando de lado la importancia que tienen las ideas sobre ésta y sobre su consecuente evolución.
La metáfora envuelve a la enfermedad, consensuándola y transformándola en un concepto de uso general y ficticio el cual adquiere funcionalidad social a modo de mito, mediante la transfiguración, y alrededor del que se crearán las más diversas ideas, desde concepciones romanticistas, que buscan denotar “lo interesante”, hasta fantasías punitivas que acentúan la faceta más perniciosa de las patologías.
Debido a esto es que esencialmente se busca la desmitificación, desechar las creencias paralelas y comprender a la enfermedad como un proceso complejo no punitivo.
Para este fin, el análisis que se hará a continuación toma como referente la obra de Susan Sontag, tomándolo desde diferentes perspectivas que me parecieron relevantes al momento de ahondar en los conceptos de enfermedad y metáfora y la relación que se establece entre ambas.
Análisis de las creencias sobre la Enfermedad
Las ciencias médicas entienden por enfermedad a una pérdida del bienestar físico.
Una visión más global nos permite ampliar el concepto de pérdida considerando también como estados patológicos a la pérdida del bienestar psicológico y/o social.
Es esta visión la que será de mayor interés en cuanto se refiere a la generación de metáforas, ya que son estos dos últimos ámbitos los que mayor fuerza adquieren al transformar la enfermedad en un mito colectivo.
Estas tres aristas del concepto de enfermedad están comúnmente asociadas, lo que me lleva a pensar que las repercusiones de un estado patológico no son sólo a corto o mediano plazo y que responden a una gestación lenta, siendo la presencia de síntomas la evidencia de un proceso prolongado que pasa inadvertido.
En esto la metáfora cumple un rol decisivo, siendo ésta una respuesta social ante la presencia de individuos enfermos.
La metáfora tiene sus orígenes en la filosofía griega, donde, emparentada con la mitología, explicaba la realidad y establecía modos de vida.
Luego, con la llegada del monoteísmo judeocristiano la metáfora pasó a ser una fuente de control mediante el establecimiento de diversas creencias sobre el castigo, su significado y aplicación religiosa, creando así una “cultura del miedo”, donde cualquiera que actuara en contra de las doctrinas dictadas por la fe recibiría una condena la cual solo podría ser abolida mediante la penitencia.
El uso de metáforas en la enfermedad no varía mucho de la concepción cristiana de castigo y penitencia. Se considera a la enfermedad como un castigo particularmente apropiado y justo, pensamiento que declara al enfermo como culpable de su enfermedad.
Durante el siglo XX la idea de “castigo al pecador” se modificó, pero mantuvo al individuo como culpable de su padecimiento.
Se empezó a pensar en la voluntad, siendo la enfermedad una expresión del carácter.
La voluntad misma estaría enferma y la remisión de la patología dependería de que la parte sana de la voluntad controle a las “fuerzas rebeldes” que la enfermaron.
Desde esta perspectiva la enfermedad sería un lenguaje con el cual se expresaría lo personal, quedando de manifiesto algunas fallas.
Popularmente se han estigmatizado las patologías con gran diversidad de metáforas las cuales, en su mayoría, buscan encontrar un fin sublime y particular, un sentido último que explique el por qué de la enfermedad y a la enfermedad en sí.
Particularmente han sido tres los padecimientos que, durante la Modernidad y Postmodernidad han capturado la atención social y alrededor de las cuales se han generado gran cantidad e metáforas, éstas son la Tuberculosis, el Cáncer y el Sida.
La Tuberculosis fue considerada una plaga durante los siglos XVIII y XIX.
Su sintomatología era ambivalente, llena de contrastes, características que dieron paso a una romantización de la enfermedad.
Eran visibles estados de delgadez y languidez con oleadas esporádicas de fiebre y rubor, por lo que se pensaba que ésta era una enfermedad de la pasión, un exceso de pasión reprimida que terminaba por consumir al sujeto.
Según la metáfora y mitología popular el elemento patógeno de esta enfermedad era una “humedad de los pulmones”, la localización toráxica de esta patología y su carácter difuso dieron pie para que se idearan las más diversas concepciones sobre su significado, siendo el más importante el considerarla una enfermedad del alma, en la cual la actividad espiritual estaba exacerbada, una sublimación de los sentimientos que fomentaba una mayor actividad creativa, convirtiéndose así en la enfermedad clásica de los artistas y burgueses durante el siglo XIX.
Se celebraba a la tuberculosis por ser la enfermedad de “la víctima nacida víctima”, de la sexualización y la pasión, de la gente sensible y no suficientemente apegada a la vida como para sobrevivir.
Es así como se caracterizó a la muerte por tuberculosis como muerte indolora, pasiva e ideal, con una languidez física propia de la burguesía.
La muerte se hacía interesante, agraciaba a cualquiera que fuera tocado por ella, en cambio la salud se hacia banal y vulgar.
La apariencia enferma se volvió una moda, un decorado interior del cuerpo que debía ser mostrado, siendo la romantización de la idea tuberculoide del cuerpo algo que caracteriza a la modernidad, estableciéndose la promoción del cuerpo, del propio yo, como una imagen sin contenido, sin ideas, y sólo como un culto a la delgadez, que posteriormente se transformaría en el rasgo más notorio de la moda del siglo XX, donde estas características se continuarían mostrando como señal de un alma romántica, dispuesta a la muerte, pero ya no por un sentimiento sublime, si no por el afán de promocionarse como un producto en el mercado, como un ideal a seguir, como un ícono del Yo desfigurado por el No-Yo, por ese otro que deja de ser una referente y cuyo deseo pasa a ser una fuente de placer.
El culto al cuerpo se convierte en un culto por sí mismo, un culto al narcisismo.
Es así como esta enfermedad y sus metáforas particulares articulan la idea de individualidad, la idea de individuo tan característica de la Modernidad y que define al hombre como conciente de sí mismo, constituyéndose desde una condición concreta y en relación con otros a través de la intersubjetividad.
El poder de la metáfora de la tuberculosis sólo pudo desaparecer a mediados del siglo XX, cuando se identificó al bacilo de Koch como agente patógeno y principal causante de esta enfermedad.
El cáncer comenzó a ser el foco del interés social durante la primera mitad del siglo XX.
Al desconocerse la causa de esta patología y, por lo tanto, un tratamiento eficaz, se estableció como fuente de nuevas metáforas, esta vez no tan románticas ni interesantes.
Se le considera una enfermedad silenciosa pero escandalosa, ya que compromete todos los ámbitos de la vida.
Se percibe al cáncer como un constante convivir con la muerte, pero a diferencia de la tuberculosis, un convivir falto de significado, lo que lo transforma en algo vergonzoso y que debe ser escondido.
Generalmente la palabra cáncer lleva consigo múltiples significados, la mayoría de ellos cargan con el estigma de ser un tabú debido a que el cáncer es considerado como una enfermedad indecorosa y repulsiva para los sentidos.
Ninguna de las metáforas que rodean al cáncer sublima los síntomas, no es considerada una patología interesante ni artística, este padecimiento supone que los procesos más horribles se están llevando a cabo en el organismo, siendo este pensamiento tan popularmente difundido el que le imprime al cáncer la sensación de miedo y muerte.
Es imposible sublimar una enfermedad que le recuerda constantemente a quien la padece que el cuerpo no es nada más que el cuerpo y que éste se está consumiendo lenta y dolorosamente.
Thomas Painel escribió: “Un cáncer es un tumor melancólico que come partes del cuerpo”.
Esta frase describe la metáfora que se asociaría al cáncer.
Metafóricamente el cáncer es una enfermedad de excesos, propia de la clase media y de personas que reprimen sentimientos violentos y dolorosos, siendo estos sentimientos reprimidos los que finalmente consumían a las personas.
El cáncer es percibido como una enfermedad de la resignación, donde el canceroso renuncia a todo, deja de beber, de comer, se desexualiza para finalmente renunciar a la vida.
Una de las características principales de la mitología popular sobre el cáncer es el de asociarlo inexorablemente con el dolor, vivido en un proceso lento cuyo clímax llega con la muerte. Inevitablemente el cáncer se ha convertido en sinónimo de muerte y dolor, en resumen “todo lo que no es fatal no es cáncer”.
Hoy en día muchos creen que el cáncer aqueja a los reprimidos sexuales, a diferencia de la tuberculosis, pero de esta creencia no se hace una transfiguración literaria ni se poetiza esta condición, no se busca poetizar un tipo de muerte que es considerada miserable y sucia, el cáncer es simplemente pensado como una humillación que no merece una metamorfosis poética, no merece ser narrada ni pensada siquiera.
Se puede pensar al cáncer como una enfermedad del espacio, donde el enfermo se ve invadido por células que se reproducen sin control, se es traicionado por su propio cuerpo.
Mente y cuerpo ya no son uno, son dos estructuras en constante lucha, y en el medio de esta guerra está un “yo”, el yo del paciente que termina convirtiéndose en un simple espectador de su autodestrucción.
Hasta principio de los años ochenta la enfermedad más letal que conocía el hombre era el cáncer.
Una nueva patología surgiría y revolucionaría los conceptos de enfermedad, salud y auto cuidado, desatándose y proclamándose como una verdadera plaga, una de características que nunca había visto el hombre.
Se declara oficialmente la existencia del Sida en 1983, cuando Robert Gallo y Luc Montagnier proclaman el descubrimiento del virus causante de esta enfermedad, el VIH (Virus de Inmunodeficiencia Humana).
La versión oficial plantea que este virus invade las células del sistema inmune del organismo, en especial los Linfocitos T, destruyéndolos y dejando libre el acceso a otras enfermedades, denominadas “Oportunistas”, que finalmente terminarían matando al paciente.
Una versión disidente se opone a la versión oficial y es esta a la que prestaremos especial atención por el hecho de evidenciar el valor del Sida como metáfora y no como una enfermedad particular y real.
La versión disidente sobre el Sida posee una serie de planteamientos que tienen asidero en pruebas concretas.
Básicamente esta versión plantea que el Sida no es una enfermedad propiamente tal, basándose en el hecho de que nunca nadie ha demostrado que el VIH sea la causa del Sida y, más aún, nadie ha demostrado que este virus exista, ya que para demostrar la existencia de un nuevo virus se deben cumplir cuatro requisitos fundamentales:
1. - Presentar cuatro Fotografías:
1.1.- Fotografía del virus infectando una célula.
1.2.- Fotografía del virus solo.
1.3.- Fotografía de las proteínas que forman la envoltura del virus, separadas según tamaño.
1.4.- Fotografía del ARN del virus.
2. - Caracterizar la composición de cada proteína y del ARN viral.
3. - Efectuar experimentos de control con células no infectadas para comprobar al
Virus como agente patógeno.
4. - Publicar periódicamente los resultados que se vayan obteniendo en diversas
Revistas científicas para que otros científicos puedan comprobar estos resultados.
El proceso de “descubrimiento del VIH no cumplió ninguno de estos cuatro requisitos.
Otro importante factor a considerar es el tipo de tratamiento que se aplica a los supuestos enfermos de Sida.
Los fármacos más comúnmente usados son el AZT y sus derivados, medicamentos que fueron desarrollados durante los años setenta como anticancerígenos, pero que fueron desechados por ser tóxicos, es decir, no basta con el estigma de un diagnóstico de este tipo, falso por lo demás, sino que también se envenena al paciente con fármacos tóxicos, los cuales probablemente terminan matando al paciente.
Además de la falta de pruebas sobre la existencia del VIH y las pruebas sobre la toxicidad de su tratamiento, se descubrió que los tests que detectan la respuesta del sistema inmune a la presencia del virus del Sida, como el Test de Elisa, no tienen ninguna validez científica puesto que múltiples factores pueden causar una alteración importante del sistema inmune, habiéndose encontrado aproximadamente setenta.
Algunos de estos factores son:
■Lepra
■Tuberculosis
■Herpes Simple I y II
■Hepatitis B
■Transplantes de Órganos
■Cirrosis Biliar Primaria
■Sexo anal Receptivo
■Hemofilia
■Malaria
■Abuso de Drogas Intravenosas
Este último factor produce también la aparición del Sarcoma de Kaposi que es considerado parte de la sintomatología clásica del Sida.
Pruebas tan contundentes han llevado a diversos científicos a apoyar esta versión, entre los cuales podemos nombrar a:
■Peter Duesberg: Doctor en Química de la Universidad de Frankfurt y Profesor de Biología Molecular y Celular de la Universidad de Berkley.
■Kary Mullis: Doctor en Bioquímica de la Universidad de Berkley. Premio Nobel de Química en 1993 por inventar una técnica de análisis del ADN, la “Reacción en Cadena Polimerasa”, técnica utilizada en el Test de Elisa.
■Stefan Lanka: Doctor en Ciencias de la Naturaleza, Biólogo, Biólogo Molecular y Virólogo. Uno de los pocos científicos que en las últimas décadas ha conseguido aislar un nuevo virus.
■Gonzalo Larraín: Médico de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ha tratado a pacientes diagnosticados con Sida con medicina alternativa, teniendo como central preocupación el estado anímico de sus pacientes, obteniendo excelentes resultados.
Basado en esta evidencia me es difícil creer en la existencia del Sida como una enfermedad real y no tomarla como una estrategia de mercado de las farmacéuticas, ya que éstas se benefician con 50 billones de dólares anuales por concepto de fármacos contra esta enfermedad.
Es clara la existencia de problemas de salud reales en los mal llamados “sidosos”, pero es de vital importancia incluir en el análisis de estos síntomas el estado anímico del paciente, dado que un diagnóstico tan potente como este no solo trae consigo el miedo a la muerte, sino también un estigma social que no sólo afecta al individuo, sino que también a quienes le rodean.
La falta de apoyo, la discriminación, el miedo y el dolor son factores desencadenantes de patologías, no podemos dejar de considerar el shock psicológico de este diagnóstico y que el marketing que se ha hecho en torno al Sida es el de promoverlo como un castigo, como una vergüenza, como algo que debe ser escondido por ser el paciente un “degenerado”.
La falsa epidemia no se extiende por contagio, sino por falsos tests del Sida.
No me queda más que pensar al Sida como una verdadera arma de exterminio, como un negocio-experimento que no tiene ninguna coherencia y sin asidero en la realidad, y que solo ayuda a difundir este culto al miedo al cual tan bien nos hemos habituado, lo único que nos hace iguales ante este miedo generalizado y ante el Sida es la ignorancia.
A mi parecer las visiones sobre lo que es una enfermedad han ido variando por diversos factores, uno de estos es el cambio en la noción de Sujeto.
Esto se ve reflejado en las metáforas que se han plasmado en relación con diversas enfermedades.
Tomaré como ejemplo las tres anteriores.
La noción de Sujeto que existía durante la explosión metafórica romanticista de la Tuberculosis era la de un Sujeto propia de la Modernidad, periodo en el que se instaura el concepto de subjetividad como herramienta de conocimiento del mundo, una subjetividad que se interrelaciona con la subjetividad del resto en búsqueda de atención, una búsqueda narcisista de martirización del Yo, de establecimiento de un icono, de un ejemplo, basado en la egolatría y en “lo interesante”, en ser interesante, razón que define la metáfora romántica de la enfermedad de los siglos XVIII y XIX.
Las metáforas sobre el cáncer denotan el paso a la individualización, al concepto de sujeto autónomo, pero sometido al juicio del resto de los individuos.
Se deja de lado lo romántico, dejando la búsqueda del icono, ahora la enfermedad se transforma en lo oculto, algo vergonzoso, donde el sujeto se piensa desde la intersubjetividad, desde lo colectivo, lo que demuestra el proceso de cambio desde la Modernidad a la Postmodernidad, que deja de lado la concepción teleológica del sujeto.
El Sida se presenta en un momento donde la individualización ha llegado a su punto más álgido.
Esta enfermedad ha pasado a ser la metáfora que enferma, dada la falta de evidencias clínicas fehacientes sobre el VIH, donde es la intersubjetividad y lo colectivo, es decir, la noción de sujeto como Uno sometido al juicio valórico - moral, lo que se convierte en agente patógeno.
La Postmodernidad ha transformado al Status Quo en un ente emisor de moral donde aquel que no responda a lo establecido se transforma en algo que debe ser eliminado.
Es arduo ahondar en la metáfora como práctica quirúrgica de extirpación de lo “indeseable”, expresión que no utilizo al azar, sino como ejemplo del uso de la metáfora médica que se ocupa hoy en día para denominar a aquello de “no debería ser”.
En cuanto al Sida como metáfora patógena cabe destacar la desvalorización del Sujeto a la que se ha llegado, donde el individuo ya no tiene valor por sí mismo, solo adquiriendo valor al presentarse como un engranaje, como una parte del todo, de todos, lugar en el que se pierde la noción del Yo y se adquiere la noción del Nosotros, donde el colectivo se convierte en una determinación estructural del sujeto. Sujeto que solo adquiere valor tras el sometimiento.
El Sida se convierte en la enfermedad de los indeseables, de aquellos que no responden al sistema social.
Otro factor que se debe considerar al tratar la metáfora de la enfermedad es la concepción que el paciente tenga de ésta que, más allá de un consenso social, va en el hecho de cómo se vive esta situación y el tratamiento a modo de proceso.
En general se puede considerar a la enfermedad como una transformación, y al tratamiento como la búsqueda del proceso inverso, de la homeostasis perdida, búsqueda en la cual se evidenciarán una serie de tabúes y mitos que no solo afectan al paciente, sino también a su familia y al médico tratante.
Estos mitos se ven reforzados por los cambios físicos que pueden darse y que resultan ser un recordatorio constante para el enfermo de que él es diferente, lo que se acompaña de la interrogante de si volverá a ser como antes, ya que muchas veces el tratamiento trae consigo dolor y graves repercusiones físicas a largo plazo, lo que se le presenta al paciente como una paradoja.
“¿Es peor una enfermedad letal o un tratamiento deformante?”.
No es difícil pensar en una pérdida de la identidad durante este difícil proceso, por esto el apoyo familiar será de radical importancia para dar una lucha contra los estereotipos y la discriminación, es decir, para encarar la enfermedad y desmitificarla y entonces pensarla como un proceso físico que requiere apoyo psicológico, y no como una falta o transgresión a las normas sociales.
También la cercanía con un enfermo tiene algo de violación de un tabú, pero la solución no es un alejamiento, ya que eso solo alimentaría los miedos del paciente, confirmando la metáfora social de que la enfermedad es algo anormal, un castigo indigno que se debe ocultar.
Creo que el fin a alcanzar es el de la compresión a cabalidad de la enfermedad, dejando toda mitología y metáfora popular de lado para poder enfocarse en un tratamiento efectivo que trate de manera holística al paciente, es decir, como un individuo que sufre y se transforma, pero que no ha perdido su valor como sujeto inserto en una sociedad.
He tratado de reflejar cómo la enfermedad y la metáfora se han entrelazado en una relación prácticamente simbiótica y cómo esto ha afectado de un u otra manera al sujeto que padece.
Ahora creo relevante mostrar algunos ejemplos de la metáfora de la enfermedad proyectada en el arte.
Esta no es tarea sencilla y va a requerir de una revisión de la Medicina y de la Psicología a través de la Psicología Social y la Poética; ya que en el síntoma se expresa el lenguaje del inconsciente.
Todo síntoma es lenguaje poético disgregado.
Los síntomas son imágenes verbales y visuales disgregadas entre si.
Debemos considerar entonces
■que toda enfermedad es una enfermedad sistémica
■que el síntoma denuncia la violencia que el sistema está realizando sobre una persona
■que lo hace a través de sus estructuras familiar, social, laboral o médica
■que estas estructuras no pueden resolver la violencia del sistema por ser parte integrante del mismo.
artículo cedido gentilmente por la lic. Rebeca Cohen (psicóloga buenos aires argentina)http://www.rebecacohen.com.ar
quién nos invita a conocer su trabajo de más de 40 años de investigación,
así como a acercarnos a la "Fundación hablemos para vivir mejor"
Rebeca Cohen es Miembro de la Comisión Directiva de la Sociedad Argentina de Medicina Antropológica sección de la Asociación Medica Argentina
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