Carta de amor.
A esta hora de la mañana te toca análisis de sangre.Ahí estarás, pues, ofreciendo la cara interna de tu brazo a alguien que lo estrangulará con una goma a la altura del bíceps para que se manifieste la vena, la vena tuya, que aparece enseguida como un clítoris asustado en la zona más frágil de esa articulación. Ahí estará la aguja rompiendo la barrera de la piel, penetrando con violencia calculada en el vaso, del que se extraerá unos centímetros de plasma lleno de leucocitos, linfocitos, monocitos, neutrófilos , eosinófilos...Todo lo que pertenece suena a música, también tus hematocritos y tu hemoglobina y tus hematíes. Ahí está tu sangre roja cruzando la ciudad en un tubo de ensayo mientras tú sacas el coche del párking y pones una canción de Antonio Vega que cantarás entre semáforo y semáforo. Tu sangre por una lado, tu cuerpo por otro y yo por otro.
Ahora imagino que soy el técnico de laboratorio al que le llega la muestra que acaban de robarte y que en vez de analizarla me la bebo. Me bebo todas las muestras de sangre que llevan tu nombre como me comería todas tus biopsias, corazón. Y daría cuenta también a ojos cerrados de tu fósforo, de tu creatinina, de tu calcio total y de tu albúmina, aunque para ello tuviera que beberme la muestra de orina que tan delicadamente, tras bajarte las braguitas de espuma, has deporitado sobre el frasco estéril de plástico. Tú atravesando la ciudad en una dirección, tu orina en otra y yo mismo en otra, cada uno víctima de un matabolismo,, de una transaminasa, de una fosfatasa alcalina, de un tiempo de sedimentación, de unos iones, de una desintegración lipídica, de unos marcadores tumorales. Pienso a estas horas de la mañana en tu glucosa basal y me excito como un adolescente. Cuántas palabras inauditas componen tu cuerpo, amor. Y todas llueven en este instante sobre la ciudad.
Juan José Millás
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